Mi práctica de
Asthanga refleja exactamente mi nivel de compromiso conmigo misma en esta vida.
Con cada postura comienza mi oportunidad de evolucionar y con
cada postura también, mi resistencia a
ella.
A la par, juntas,
comienzo y en cada respiración decido si
me quedo en el momento presente, concientizando, testimoniando mi ser en el
mundo o me voy a otro lado con mi pensamiento.
Si renuncio a la integración del sentir en mi cuerpo, necesariamente me disocio
en las ideas. Ellas al acecho, me llevan y en ese instante me olvido que estoy en mi cuerpo y para que, en mi vida.
Pero si me quedo, no
tengo opción, tengo que profundizar, tengo que comprometerme y si me
comprometo es porque me creo valiosa, y eso a veces es mucho para mí, prefiero y elijo mi creencia de que no
valgo tanto como para realizar el esfuerzo de compromiso que me conduciría a imaginar
otra vida.
Mi identidad aún se reconoce más en la desvalía,
que en la valentía que conlleva el paso siguiente, o sea, la experiencia del
cambio, o mejor dicho la permanencia en otro nivel de conciencia. Este es un malentendido
básico, creerme la que no soy, para que en esa creencia pueda seguir
refugiándome y sintiéndome segura. (seguridad de muerte , pero seguridad, al fin).
El salto, el cambio, imagino que me da tanto
miedo, que puedo apelar al refrán ’ mejor malo conocido…. ‘, cambiar significaría
tomarme verdaderamente en serio, renunciar definitivamente a todos mis vicios
mentales y a cantidad de hábitos de
conducta absolutamente innecesarios e inconducentes (las justificaciones, las ideas paralizantes, los juicios de valor sobre
mí y sobre otros, los argumentos de mi vida, las conversaciones vacuas) son
sólo algunos de los ejemplos que se me ocurren, porque sin ellos lo que sobreviene es un vacío y quedarme
vacía…es inimaginable aún.
Se, intuyo que acontecería
un cambio de identidad, un sentimiento de extrañamiento de lo nuevo en la vieja
y conocida piel, entonces me detengo, porque de lo esencial de mí, tengo apenas fugacísimos
vislumbres.
Y así es, no hay vuelta atrás, si me achico por temor, la pequeña franja
posible de potencial evolutivo no llega. El tiempo es mi presente. Ahora, mi
posibilidad, si venzo por un instante la ilusión de eternidad, sé que no tengo
tiempo que perder para llegar a ningún
lado, sino al centro de mí misma.
Si logro sobreponerme
a la pereza existencial que implica para mí, realizar el esfuerzo de una práctica
consciente y sostenida, puedo ir dándome cuenta de la brecha, del salto , del monumental cambio que anida en el sutil y casi imperceptible movimiento
corrector de cada postura.
Pero como la cabeza
acecha y no descansa nunca, lo pienso monumentalmente y ya me asusto de mis propias ideas, los tigres de
papel. El salto está en la experiencia
directa, honesta, decidida, delicada, registrada por mis sentidos y expresada en
el sentimiento más bello, la alegría.
Y si no me olvido del
placer, del alivio que es percibir sólo
la respiración como única responsabilidad…… si siento que en la inhalación me expando, estoy presente, me afirmo y en
la exhalación, me entrego, me suelto, descanso, la vida por unos minutos es la más
simple y bellas de las tareas.
Creo, confío en la
intensión, porque cada vez que no espero
obtener nada, no especulo con llegar a ninguna meta, en ese mismo instante ya estoy
saltando y esa es la paradojal naturaleza del cambio real.
Y también, puedo comenzar a reconocer mi poder,
cuando desoigo las voces que me invitan a satisfacer expectativas de otros,
anteponiéndolas a mi propio desafío.
Y ese
poder me va haciendo libre y en esa
libertad ofrendo lo mejor de mi día, al resto de mi vida.
Un poder que no es agrandamiento ni creimiento,
ni tampoco achicamiento, ni desvalimiento.
El poder verdadero es una fuerza, una certeza,
una profunda convicción y asentimiento a lo más grande que sostiene y una
consciencia para reconocer mi pequeña
humanidad. El poder da alegría, no es una comparación ni hacia arriba ni hacia
abajo, ni hacia atrás, ni hacia adelante.
Aún no he consolidado mi nueva identidad, la
que se contenta con lo es y lo que puede, que asiente al límite y al compromiso,
sin expectativas y sin exigencias de
perfección. La que espera el propio alumbramiento, confiada y feliz.
Estoy en construcción, siempre interceptada, a punto de traicionarme
y en permanente peligro. La cuerda que me sostiene es de papel y es de acero. Oscilo entre la desesperanza y la fe.
Mi mat, como mi segunda piel, viaja conmigo. Mi práctica
es mi oportunidad, es mi hermoso pretexto
en esta vida, para acrecentar mi consciencia
y mi sentido.
Gracias a Asthanga y a través de ella, la fuerza de todos
los maestros que durante siglos la realizaron con iluminado respeto y devoción.
Aida Gottl
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