ASTHANGA, COMO MI VIDA. Aida Gottl

Mi práctica de Asthanga refleja exactamente mi nivel de compromiso conmigo misma en esta vida.
Con cada postura  comienza mi oportunidad de evolucionar y con cada postura también,  mi resistencia a ella.
A la par, juntas, comienzo y en cada respiración  decido si me quedo en el momento presente, concientizando, testimoniando mi ser en el mundo o me voy a otro lado con mi pensamiento.
Si renuncio  a la integración del  sentir en mi cuerpo, necesariamente me disocio en las ideas. Ellas al acecho, me llevan y  en ese instante me  olvido que estoy  en mi cuerpo y para que, en mi vida.
Pero si me quedo, no tengo opción, tengo que profundizar, tengo que comprometerme  y  si me comprometo es porque me creo valiosa, y eso a veces es mucho  para mí, prefiero y elijo mi creencia de que no valgo tanto como para realizar el esfuerzo  de compromiso que me conduciría a imaginar otra vida.
 Mi identidad aún se reconoce más en la desvalía, que en la valentía que conlleva el paso siguiente, o sea, la experiencia del cambio, o mejor dicho la permanencia en otro nivel de conciencia. Este es un malentendido básico, creerme la que no soy, para que en esa creencia pueda seguir refugiándome y sintiéndome segura. (seguridad de muerte , pero seguridad, al fin).
 El salto, el cambio, imagino que me da tanto miedo, que puedo apelar  al refrán ’  mejor malo conocido…. ‘, cambiar significaría tomarme verdaderamente en serio, renunciar definitivamente a todos mis vicios mentales y  a cantidad de hábitos de conducta absolutamente innecesarios e inconducentes (las  justificaciones, las  ideas paralizantes, los juicios de valor sobre mí y sobre otros, los argumentos de mi vida, las conversaciones vacuas) son sólo algunos de los ejemplos que se me ocurren,  porque sin ellos  lo que sobreviene es un vacío y quedarme vacía…es inimaginable aún.
Se, intuyo que acontecería un cambio de identidad, un sentimiento de extrañamiento de lo nuevo en la vieja y conocida piel, entonces me detengo, porque  de lo esencial de mí, tengo apenas fugacísimos vislumbres.  
Y así es,  no hay vuelta atrás,  si me achico por temor, la pequeña franja posible de potencial evolutivo no llega. El tiempo es mi presente. Ahora, mi posibilidad, si venzo por un instante la ilusión de eternidad, sé que no tengo tiempo que perder  para llegar a ningún lado, sino al centro de mí misma.
Si logro sobreponerme a  la pereza  existencial que implica para mí,  realizar el esfuerzo de una práctica consciente y sostenida, puedo ir dándome cuenta de la brecha, del salto , del  monumental cambio  que anida en el sutil y casi imperceptible movimiento corrector de cada postura.
Pero como la cabeza acecha y no descansa nunca, lo pienso monumentalmente y ya  me asusto de mis propias ideas, los tigres de papel.  El salto está en la experiencia directa, honesta, decidida, delicada, registrada por mis sentidos y expresada en el sentimiento más bello, la alegría.
Y si no me olvido del placer, del alivio  que es percibir sólo la respiración como única responsabilidad……  si siento que en la inhalación me  expando, estoy presente, me afirmo  y  en la exhalación, me entrego, me suelto, descanso, la vida por unos minutos es la más  simple y bellas de las tareas.
Creo, confío en la intensión, porque  cada vez que no espero obtener nada, no especulo con llegar a ninguna meta, en ese mismo instante ya estoy saltando y esa es la paradojal naturaleza del cambio real.
Y también, puedo comenzar a reconocer mi poder, cuando desoigo las voces que me invitan a satisfacer expectativas de otros, anteponiéndolas a mi propio desafío.
 Y ese poder me va haciendo libre y  en esa libertad ofrendo lo mejor de mi día, al resto de mi vida.
Un poder que no es agrandamiento ni creimiento, ni tampoco achicamiento, ni desvalimiento.
El poder verdadero es una fuerza, una certeza, una profunda convicción y asentimiento a lo más grande que sostiene y una consciencia para reconocer  mi pequeña humanidad. El poder da alegría, no es una comparación ni hacia arriba ni hacia abajo, ni hacia atrás, ni hacia adelante.
Aún no he consolidado mi nueva identidad, la que se contenta con lo es y lo que puede, que asiente al límite y al compromiso,  sin expectativas y sin exigencias de perfección. La que espera el propio alumbramiento, confiada  y feliz.
Estoy en construcción,  siempre interceptada, a punto de traicionarme  y en permanente peligro. La cuerda  que me sostiene es de  papel y es de acero. Oscilo entre  la desesperanza y la  fe.
Mi mat,  como mi segunda piel, viaja conmigo. Mi práctica es mi oportunidad, es mi  hermoso pretexto  en esta vida, para acrecentar mi consciencia y mi sentido.

Gracias a  Asthanga y a través de ella, la fuerza de todos los maestros que durante siglos la realizaron con iluminado respeto y devoción.
Aida Gottl

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